miércoles, 11 de junio de 2014

SALIENDO DE LA CÁRCEL DE NUESTRAS CREENCIAS

Hoy, querid@s lector@s,  tengo una invitada de lujo. A pesar de su larga trayectoria vital, los artículos que nos regala son siempre frescos, siempre enriquecedores. Arrojan luz allí donde más lo necesitamos. Es obligado, además,  decir que en su faceta de terapeuta ha cambiado muchas vidas… como la de servidora!!! Razón por la cual sus palabras me producen un especial cariño y agradecimiento. Y con esa misma emoción espero que las recibáis. Sin más preámbulos… os dejo con Sofía Pereira (visita su Blog). Sin duda no os dejará indiferentes!!!

SALIENDO DE LA CÁRCEL DE MIS CREENCIAS
Venimos a este mundo plenos de inocencia, de maravillosa y total apertura basada en la confianza y el amor, con multitud de talentos e infinitas posibilidades, dispuestos a crear, a  transformar y poner en movimiento la energía de vida que somos y que quiere expresarse para seguir mejorando este espacio de experiencia que es la tierra. Sin embargo, la pureza genuina se ve pronto eclipsada por un espeso velo, hecho de viejos elementos, tras el que la auténtica identidad va desapareciendo.  

Sin apenas darnos cuenta, empezamos a cargar sobre nuestras espaldas una pesada mochila que va llenándose de contenidos que ni siquiera nos pertenecen: ideas que provienen de nuestra cultura, educación, cadena de antepasados, etc. En ella acarreamos también la visión de la propia personalidad, ese formato final elaborado a partir de múltiples elementos (muchos de ellos provenientes de evaluaciones que nuestros padres o maestros hicieron de nosotros) con el que nos identificamos hasta el punto de creer que eso es lo que somos, y en el que nos sentimos finalmente individualizados y, por tanto, separados del resto. Esta falsa idea es otra cárcel más que nos aleja de manera dramática de nuestra verdadera y genuina esencia, limitando así las propias potencialidades.

Con el discurrir del tiempo, ese velo, que ya es casi una potente coraza, guarda y protege todas las viejas ideas que hemos ido almacenando, y que ahora consideramos “nuestras creencias”, las cuales van a condicionar los actos, decisiones, juicios, formas de pensar, de percibir el mundo, a los demás y a nosotros mismos. Este “programa” nos sitúa muy lejos de la libertad que ansiamos, ya que nos hace ir en la dirección equivocada. La energía viva y fluyente que somos queda oculta tras las densas capas que nos impiden extraer de nuestra fuente aquellos talentos que han ido quedando enterrados en la misma medida en la que fueron solidificándose las creencias que ahora no nos permiten manifestarnos como quien verdaderamente somos.

El peso y el engaño son tan grandes, que empezamos a sentir que no valemos, que no somos capaces. Tememos no poder superar los retos del camino y, cansados por la carga que arrastramos, nos hacemos a un lado mirando con envidia a aquellos que nos van adelantando y a los que consideramos mejores. El miedo, instalado como un nuevo motor, dirige nuestra existencia. A él nos aferramos como si fuese el bastón en el que apoyarnos, el muro tras el que ocultarnos, sin ser conscientes de que es justamente el propio miedo quien nos corta las alas y nos impide volar. 

Y ese miedo a mirar hacia dentro, a traspasar los vacíos, los límites, las heridas, la fragilidad que presentimos, es quien nos lleva en pos de los “ismos” buscando en ellos un refugio donde sentirnos seguros. Así, éstos se convierten en banderas que, alguien a quien otorgamos poder, ondea en el viento marcando nuestros pasos. Cualquier sistema de creencias es una jaula tras cuyos barrotes anulamos la libertad. El poder personal, que solo a cada uno pertenece, lo entregamos gustosos al jefe, al gurú, al sacerdote, al líder que enarbola y adoctrina. De cada uno de estos sistemas, todos ellos excluyentes y considerados los únicos y verdaderos, surgen las guerras, los desencuentros, los odios, los rechazos, las imposiciones, la violencia y el desamor. 

Creemos superar el miedo al cobijarnos en un determinado sistema de pensamiento en el que encontramos los datos estables que alejan nuestras incertidumbres, procurándonos una cierta tranquilidad, a pesar de condicionar y controlar nuestra existencia. El miedo a lo desconocido, a no saber, el miedo a la apertura del corazón, a dejar que la vida fluya ante mí e irme acoplando en ella en lugar de ponerme yo por delante intentando que las piezas encajen según el sistema. En base a este miedo, nos vamos encerrando, encadenando y separando unos de otros haciendo nuestra particular apología sin darnos cuenta de estar atrapados en la cárcel en la que voluntariamente nos hemos instalado. 

El amor une, abre, expande. El miedo separa, cierra, contrae, asfixia. La apertura de pensamiento, la apertura del corazón une, liga, empatiza, se compadece. El cierre de la capacidad de pensar que se deja contener en un solo sistema, en un único modo de enfocar la vida, es una fuente de permanente separación y discordia.  

Entonces, ¿cuál es la salida? ¿Cómo hacer para reencontrarnos? 

Tendremos que adentrarnos en nuestras profundidades y buscar todo aquello que nos es ajeno, y que, si lo dejamos expresarse, nos dirá que no nos pertenece, pues forma parte de las herencias antiguas de ese pasado que pretende dominar y aplastar nuestro presente. 

Podemos tomar una a una las creencias que hasta hoy nos han condicionado, y volver a mirarlas bajo el tamiz de una gran profundización meditativa. Y con cada uno de esos principios que afirmamos con fuerza ante otros como siendo nuestros, preguntarnos: ¿Esto resuena en mí? ¿A dónde me conduce esta idea? ¿Me lleva en la dirección que deseo? ¿Me hace sentir bien? ¿Me produce felicidad? ¿Me ayuda a entenderme mejor con mis compañeros de camino?

La libertad del corazón es el preciado resultado de un trabajo que puede ser largo o no, dependiendo de la coraza que cada uno lleve puesta, y del aplastamiento que haya vivido cargando con todo ese peso, pero la libertad es la luz al final de un camino que merece la pena recorrer. Entonces podremos descubrir el presente, el instante mágico en el que verdaderamente existimos, y donde ocurre el milagro. Todo lo demás son películas acumuladas en nuestra mente que nos llegan del pasado, condicionando nuestro futuro. Ahí no estamos viviendo. Sólo nos hemos puesto de forma pasiva a mirar esas imágenes que ya fueron, que ya no tienen vida. Ser libres es dejarse guiar por el corazón, por la intuición, y estar bien despiertos y presentes en cada instante. Es el punto en el que podemos conectar con nuestro ser verdadero y dejar, en un poderoso espacio de silencio, que él nos lleve de la mano. 

Y a partir de ese momento, en un abandono absoluto de lucha, rescataremos el valor de abrirnos al vacío, a la nada, dejándonos fluir permanentemente en los brazos de la vida, disfrutando cada instante y confiando desde lo más profundo en nuestro guía interno, quien siempre nos conduce hacia las experiencias que nos van enriqueciendo. Entonces, en ese estado de abandono y confianza, iremos explorando y sacando a la luz aquellos dones que trajimos con nosotros y con los que podremos colorear y transformar nuestra experiencia personal, así como al mundo que conforma nuestro universo. ¡Esa será nuestra preciosa herencia! 



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