viernes, 1 de mayo de 2015

LOS CAMINOS DEL DOLOR

Y... volvemos a la cargaaaa!!! Y hoy, con energías renovadas y en plena revolución primaveral.... OS comparto esta perla, este rayito de luz, este cóctel de sabiduría, profundo amor por las emociones humanas y sentido común aplastante, que nos regala, nuevamente, mi queridísima Maestra y amiga Sofía Pereira… que lo disfrutéis!!!

LOS CAMINOS DEL DOLOR
Le tenemos miedo al dolor, y por eso huimos. Cuando sentimos que irrumpe en nuestras vidas, cuando nos parece que ya nada es igual, que no estamos bien, es cuando buscamos ayuda, ya sea a través de libros, amigos, consejos, terapias, o pastillas que anestesien un dolor que no queremos experimentar. Y, sin embargo, es precisamente ese dolor quien, como el mejor de los maestros, llega en el momento preciso para empujarnos fuera de la zona de comodidad en la que nos habíamos instalado o, también, para sacarnos de esa caja cerrada y limitada en la que nos fueron metiendo nuestros padres, la educación recibida, la escuela, la cultura, las modas, las ideas imperantes…., etc.

Instalados en el centro del huracán, lo que queremos a toda costa es recuperar el estado que teníamos antes de este malestar que ahora nos ahoga. Pero, volver al punto anterior es impedir nuestro avance, porque el dolor llegó para indicarnos que estábamos transitando por lugares que ya no nos correspondían, y así, impulsarnos a buscar otros caminos. El dolor es como la fiebre: quema todo aquello que entró en el alma y que la está dañando. El sentimiento de estar perdidos es precisamente el que nos permite adentrarnos en esa situación para ver cuál es el cambio que nos está reclamando.

Estamos mal cuando tenemos que seguir el camino que otros han trazado para nosotros y que, al no ser el nuestro, nos produce un gran sufrimiento, pues es una especie de cárcel en la que quedamos atrapados sin apenas darnos cuenta, pero que poco a poco va minando nuestra energía vital, llevándonos a una suerte de apatía sin horizonte.

Somos seres creativos. Ello implica que tenemos que abrir nuestra propia senda, para lo cual, hemos de alejarnos de las historias de nuestros antepasados,  y sanar las heridas que, por ignorancia, nos han infligido. La familia es un foco de enfermedad o de salud. Si está enferma, contagia a todo el conjunto, transmitiendo su enfermedad que viene dada por unas determinadas formas de pensar, actuar y gestionar la vida. Algunos de sus miembros, que tienen una personalidad más fuerte, consiguen enfrentarse y superarla, pero otros más sensibles, si no encuentran la terapia o el terapeuta adecuado, pueden sucumbir. En cualquier caso, es gracias a la terapia, a un trabajo de consciencia o trabajo personal, que conseguimos modificar nuestra conducta y nuestra forma de enfocar la vida para poder acceder a ella desde un lugar mucho más genuino, más nuestro y, por tanto, más creativo.

La vida es como una gran función de teatro en la que cada cual es el protagonista. Y todos aquellos que confluyen en nuestra obra son personajes que vienen a plantearnos nuevos retos, nuevas formas de relación, de encuentro, de solucionar los problemas; por lo tanto, deberían ser bienvenidos. Las personas que más nos enseñan son, generalmente, las que más nos hacen sufrir, pues gracias a ellas vamos a sacar de los desvanes más ocultos de nuestro ser aquellas cualidades y capacidades que por desconocidas, dormían bajo el polvo del olvido.

El dolor es un gran aliado de nuestra sanación. Él es quien va a transformarnos, a sacudirnos sin compasión hasta que nos atrevamos a mirar dentro y a enfrentar todo eso que no somos. Nos invita a despojarnos de las vestiduras que no nos pertenecen, de las corazas y de las armaduras con las que tratamos de protegernos. Para salir de una situación de mucho sufrimiento hace falta valor, hace falta mirar el dolor, no evadirse, no tomar pastillas que nos adormezcan, ni pretender regresar al punto de partida porque eso es volver a unas actitudes que no son las que necesitamos en este momento. La vida nos va poniendo distintos retos según las capacidades que vamos adquiriendo, siempre con el objetivo de ayudarnos a seguir creciendo.

En vez de huir, podemos detenernos y ahondar en nuestras emociones. Ellas son el termómetro del alma, las que nos indican el camino. La tristeza quiere que miremos aquello que acogemos y que nos perjudica; el miedo lo que nos encoge, y nos insta a traspasarlo para encontrarnos con nuestro valor, con nuestra grandeza; el enojo nos permite enfrentarnos a lo que desde fuera nos daña para que con su potente energía, podamos alejarlo de nuestra vida. Ellas son quienes nos ayudan a modificar nuestro punto de vista, a cambiar el lugar desde el que nos ubicamos para vivir nuestra historia. Hemos de retomar la responsabilidad por nosotros mismos y no dejar nuestra vida en manos de otros. Nuestra vida es lo único que tenemos, lo más valioso. No podemos permitir que sean otros los que la dirijan, la pisoteen, o la dañen.

Avanzar implica también no embarrarnos buscando culpables. Nos han enseñado un mundo de víctimas y verdugos, pero los únicos verdugos somos nosotros mismos. ¿Dónde buscar el origen? Nuestros padres lo hicieron como pudieron. Seguramente los suyos lo gestionaron todavía peor, y así tendríamos que remontarnos a una infinita cadena de errores. No hay culpables. Solo existen seres que sufren por falta de amor, por ignorancia, venganza, miedo, incomprensión. Y cuando esta verdad se enciende en el corazón, cuando comprendemos que son precisamente esas personas que nos hicieron sufrir las que más nos han ayudado a descubrir nuestros valores, nuestras capacidades, nuestros talentos…, entonces la comprensión dará paso al agradecimiento, a la aceptación  y al amor.

AGRADECER todo lo que la vida nos brinda, todas las experiencias, el dolor que nos ayuda a crecer.

ACEPTAR lo que llega a nosotros, sin cuestionarlo, sabiendo que es precisamente eso lo que ahora necesitamos. Pretendemos controlar todo en nuestra vida. No queremos que nada se mueva, que no nos falle la pareja, ni el trabajo, ni los amigos, ni el dinero… Pero la vida es puro descontrol: vientos que arrasan, tormentas, fríos invernales, intensos calores, tsunamis, volcanes…, elementos que nos hacen movernos, que nos fuerzan a transformarnos. Morir para vivir. Si no morimos a lo viejo, nunca podremos alcanzar lo nuevo. Esta es la gran riqueza de la vida.

AMOR. El amor es lo contrario del miedo. El miedo nos bloquea, nos paraliza y nos impide ser quien verdaderamente somos. El amor es el que nos hace confiar y abrirnos,  el que nos mueve a buscarnos para encontrarnos, para descubrir quiénes somos. El amor une. El miedo separa. El amor es la medicina del alma, el que sana todas las heridas.

Buscamos el amor fuera, en los demás, cuando la única forma de sanarnos es amarnos a nosotros mismos. Y solo podemos hacerlo si nos aceptamos, si nos permitimos ser quienes somos, con nuestras grandezas y nuestras miserias. Somos únicos, irrepetibles e irremplazables. No podemos poner nuestra valoración en manos ajenas. Amarnos es sernos fieles, no traicionarnos metiéndonos en situaciones que nos dañan. Hay que dejar atrás a las personas que nos contaminan. Ahora tenemos la oportunidad de sanar las heridas y de crear nuestra propia historia a partir de nosotros mismos, y no de las herencias recibidas. La sanación consiste en romper la cadena de errores, en detenernos y ver que somos diferentes, que tenemos el poder de cambiar, de transmutar nuestro pasado, sin necesidad de repetir los modelos heredados.  Cortar la cadena es liberarnos y liberar al mismo tiempo a quienes nos sujetaron a ella, porque si no lo hacemos, enfermaremos también a nuestros hijos, ya que es como una terrible epidemia cuya única salvación está en el amor. Un amor que, ahora, solo cada uno puede darse a sí mismo.

Cuando empezamos a amarnos, cuando nos somos fieles, nos valoramos y dejamos de juzgar y de juzgarnos, podemos sentir la liberación que nos concede el perdón, porque el perdón aparece cuando comprendemos que todos aquellos que nos hicieron daño, han sido nuestros maestros, pues nos ayudaron a encontrar las fuerzas interiores para cortar con esas situaciones y poner los límites adecuados que nos permitieron recuperar la dignidad y el respeto que merecemos.

La vida es una aventura, y si caminamos por el sendero del amor, la gratitud y la aceptación, cada nueva prueba, cada nuevo dolor los miraremos de manera diferente porque sabremos que vienen para enseñarnos algo que nos permita quitarnos un velo más de los que aún ocultan muestro verdadero rostro. Es entonces cuando una felicidad serena se instalará dentro, porque la lucha por tener habrá dado paso al gozo de ser.
No vale con sentarnos a ver en la tele cómo viven otros, o a sumergirnos en realidades virtuales en lugar de permanecer en nuestra realidad y descubrir de qué somos capaces. Enfrentarnos a todos los retos, ampliar nuestras limitaciones, buscar dentro de nosotros todas las posibilidades que siempre han estado ahí,  y que solo pudimos encontrar gracias a las situaciones difíciles que fuimos capaces de atravesar. Hemos vivido enfundados, auto protegiéndonos, pero la vida nos pide salir a pecho abierto y descubrir, por el simple hecho de vivirla, que estamos llenos de tesoros escondidos.












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